Otro 8 de marzo en el que recordamos que las condiciones de trabajo de las feminidades son peores que las de los varones
En fechas claves como el 8 de marzo repensamos, debatimos y reflexionamos sobre la inserción en el mercado laboral de las feminidades. Cabe aclarar que en este artículo, optamos por referirnos a “feminidades” como un concepto paraguas más amplio que “mujeres” para visibilizar que existen más identidades afectadas por las estructuras desiguales del mercado laboral particularmente para las que tienen expresiones o formas feminizadas de expresarse.
Por: Agustina Padovani y Mailén García
Trabajo ¿o mejor deberíamos decir empleo?
¿En qué pensamos cuando hablamos de trabajo? Probablemente en alguna persona que trabaje en una oficina, en una fábrica, alguien que sea médicx o profesorx. No se suele considerar trabajo a actividades como cocinar, hacer las compras, ir a buscar al colegio a niñxs, lavar los platos, la ropa, limpiar la casa o el cuidado de personas mayores.
A priori, la principal diferencia entre estos tipos de trabajos es que el primer grupo mencionado es pago, y el segundo no; de allí el concepto “Trabajo Doméstico y de Cuidados No Remunerado” (TDCNR). Pero si nos adentramos un poco más en el tema, podemos ver que cuando la economía tradicional — dentro de su marco social hegemónico — se refiere al concepto de trabajo, únicamente hace alusión al empleo. En definitiva, el trabajo que se encuentra dentro de la esfera mercantil no es más que una parte del trabajo en sí que se lleva a cabo en una economía. Como disciplina la economía viene estipulando falsos límites de la vida económica; el trabajo que se hace dentro de comunidades o de hogares para garantizar el sostenimiento cotidiano y generacional de las vidas no es considerado ni llamado trabajo.
Es por ello que debemos reconceptualizar términos como el de trabajo, de producción, de tiempo, de cuidados y de bienestar; rompiendo de esta manera con la invisibilidad laboral que hay detrás de los cuidados.
Una forma de cuantificar el trabajo no remunerado es a través de las encuestas de uso de tiempo. Estos indicadores además brindan marcos para los análisis que permiten valorizarlos. Así podemos dimensionar los “grandes costos de oportunidad” en los que incurren quienes realizan las tareas de cuidados — que dejan de invertir ese tiempo en ocio o en generar ingresos y también nos permite estimar lo que costaría obtener ese cuidado a través de instancias mercantiles o estatales (INDEC, 2020).
Sin embargo en lo que más nos interesa poner el foco en esta oportunidad, es en lo reduccionista que sería creer que quienes reciben los beneficios del trabajo doméstico son solamente niñxs o ancianxs, perdiendo de vista que toda persona a lo largo de su vida “saca provecho” de este trabajo — especialmente los varones adultos — aunque por supuesto estos últimos no lo producen, para ponerlo en términos mercantiles. Y no solamente lo utilizan en situaciones “vulnerables” como podría ser una enfermedad, sino que sobre todo lo hacen en la normalidad cotidiana.
Es patriarcal y producto de una relación de poder que las mujeres seamos quienes nos encargamos de este trabajo. Se nos asigna una capacidad para cuidar, que lejos de ser algo biológico, es una construcción social sustentada por las relaciones patriarcales de género. El hecho de parir y amamantar no dota, a las personas gestantes, de capacidades superiores a la de los hombres para llevar a cabo el trabajo doméstico en los hogares (Rodriguez Enriquez, 2017).
Por consecuencia, somos las feminidades quienes pagamos los costos — de todo tipo — al momento de insertarnos en el mercado laboral, adquiriendo de esta manera un doble trabajo: el que sucede dentro del hogar y el que se lleva a cabo por fuera.
Consideraciones para el análisis
Adentrándonos en el análisis, estaremos haciendo mención a diferentes indicadores económicos. Uno de ellos es la tasa de actividad — calculada como un porcentaje entre la población económicamente activa y la población total — la cual nos brindara una mirada sobre cuántas personas en edad de trabajar actualmente están buscando trabajo. Por otro lado, la tasa de empleo — calculada como un porcentaje entre la población ocupada y la población total — nos indicará qué porcentaje de la población que se encuentra trabajando activamente. Por último, la tasa de desocupación — calculada como un porcentaje entre la población desocupada y la población total — nos dirá cuántas personas que están buscando activamente empleo, no lo encuentran.
Previo a la presentación de distintos gráficos de la Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género[1], cabe aclarar dos puntos: el primero es que las estadísticas oficiales continúan reproduciendo el binarismo sexual, es decir, utilizan la división mujeres-varones. Si bien existe evidencia que permite asumir que otras identidades feminizadas y/o que no entran en la órbita de los varones cisgénero (tales como las lesbianas, bisexuales, trans, travestis y personas no binarias) comparten con las mujeres cis múltiples segregaciones, en Argentina aún no se cuenta con datos desagregados para un análisis más inclusivo (DNEIyG, 2020).
En Argentina este 8M nos encuentra aún teniendo que referir al bloque específico sobre uso del tiempo desarrollado en la Encuesta Anual de Hogares Urbanos realizada en el 3er trimestre de 2013 como la única herramienta para medir el tiempo dedicado al TDCNR que reflejó la desigual distribución de tareas: las mujeres dedican en promedio, casi el doble de horas por día al TDCNR.
Sí, leyeron bien, desde hace casi 10 años no tenemos datos disponibles[2]. A diferencia de lo que ocurre en otros países de la región como México o Chile que cuentan con encuestas de uso de tiempo quinquenales hace tiempo, Argentina no tenía hasta 2021[3] ninguna encuesta específica y/o anexo a otras encuestas periódicas para su captación.
¿Cómo afecta esta inequitativa distribución del uso del tiempo en los indicadores económicos?
En principio, como contraparte de tener una menor cantidad de tiempo disponible, las mujeres participan menos en el mercado de trabajo — aquí entra en juego el llamado costo de oportunidad. Asimismo, se insertan laboralmente con peores condiciones: salarios más bajos, doble jornada (paga y no paga), mayor precarización, altas tasas de desempleo, pobreza de tiempo, entre otras (DNEIyG, 2020 a). La presente problemática se resume bajo el concepto doble trabajo; ¿una persona termina realmente su jornada laboral si tras volver del trabajo formal llega a su casa y continúa trabajando allí?
En el siguiente gráfico, se puede advertir cómo tras incluir en la tasa de actividad considerando a las amas de casas, la brecha de tasas entre varones y mujeres se achica sustancialmente; pasando de un 49,20% como tasa de actividad de las mujeres y un 70,20% de los varones a un 62,90% y un 74,50% respectivamente.
Es decir que, si contamos el trabajo no remunerado que realizan las “amas de casa” en la tasa de actividad (que recordemos que es definida como el porcentaje entre la población económicamente activa y la población total) las mujeres están 13 puntos arriba que cuando el criterio se limita solo a considerar el empleo.
Esto evidencia la insuficiencia e incompletitud de los indicadores tradicionales, los cuales invisibilizan el TDCNR — en este caso, en comparación con la tasa de actividad tradicional.
También podemos observar que la brecha en la tasa de empleo es de casi 20 puntos porcentuales. Es decir que las mujeres participan menos en el mercado laboral. Por último, pero no menos importante, se encuentra la tasa de desocupación; indicador en el cual las mujeres sí llevan la delantera, especialmente en los períodos de crisis en la Argentina (explicar los motivos por los cuales ocurre este fenómeno nos lleva otro artículo).
Lo analizado anteriormente podría verse como una consecuencia de lo que la teoría denomina división sexual del trabajo. En el gráfico 3, se puede observar con claridad la segregación horizontal, es decir, el predominio de mujeres cis en los sectores tradicionalmente feminizados; la desigual distribución entre los tipos de ocupaciones del mismo nivel. Queda expuesto cómo las mujeres están altamente concentradas en las ramas de actividades que pueden suponer una extensión de las actividades de cuidado; las cuales a su vez, son las de mayor tendencia a la informalidad. Esto puede ser explicado por dónde trabajan las mujeres y varones, en qué sectores están sobre y subrepresentadxs.
En el mismo gráfico, podemos observar que el 96,5% de las personas que trabajan en el sector de trabajo en casas particulares son mujeres. Mientras que por el contrario, sectores como el de la construcción, la industria y la energía están ampliamente masculinizados. Esta sobrerrepresentación de las mujeres en los sectores más informales — y la subrepresentación en sectores más formales — trae consigo menores salarios, peores condiciones de trabajo, entre otras características que representan el trabajo feminizado.
¿Construcciones binarias en la economía hasta cuándo?
Por último, nos interesa volver una vez más a la diferencia entre “sexo” y “genero”. Dado que el concepto de identidad género es la manera en que se percibe una persona, no existe una correlación necesaria con el sexo biológico que se nos asigna al nacer; se podría ver como un conjunto de prácticas y comportamientos mediante los cuales se desenvuelven las personas en su vida, como una construcción social y cultural, no con algo con lo que se nace, ni algo que es esencial ni natural.
Cuando las ciencias hacen análisis utilizan conceptos, crean categorías, “operacionalizan” lo complejo de la realidad para volver inteligible. Sin embargo, es importante recordar que ninguna ciencia es neutral ni objetiva. Es por ello que, es crucial cuestionar la sexuación que hay en la economía y el determinismo cultural, tan binario y dicotómico (un término excluye al otro sin existir otra posibilidad), asignado en varones y mujeres a partir de la diferencia sexual. Digamos que estas relaciones no son independientes entre sí: se puede ver que detrás de esa subordinación económica hay una de género.
Cabe destacar además, lo que varios economistas olvidan: la economía es una ciencia social y por ende sí tienen relevancia las relaciones sociales y por tanto, las de género; no se puede ver ni estudiar a la economía sin las interrelaciones sociales entre sus agentes.
Tal como se mencionó, todos los indicadores analizados anteriormente están sesgados en términos de género: se cae en la binariedad a la hora de examinarlos.
Actualmente en la Encuesta Permanente de Hogares se está dejando de lado una gran parte de la población quedando completamente invisibilizada la situación en el mercado laboral de las personas trans y no binarias. Existe una ausencia de datos oficiales sobre la situación de la esta población, debido a que tanto en los censos como en las encuestas de los organismos estatales nunca se preguntó sobre la identidad de género de las personas, sino que solo se focalizo en el sexo.
La ausencia de estos datos es tal, que no existen bases o listados desde donde elaborar una muestra probabilística. De hecho, los últimos datos disponibles son de 2012[4] y su base (N total) fueron 209 personas trans encuestadas.
Queda aquí perfectamente reflejada la urgente necesidad de la generación de datos con perspectiva de género. Ni las 209 personas encuestadas ni las tantas ¿cientos? que dejó afuera esta encuesta están incluidas en los datos analizados anteriormente.
Si bien estos datos permiten ver las enormes desigualdades que existen hoy en día en el mercado laboral, no se puede esperar resolver estas problemáticas sin datos precisos que describan la situación. No contar con una Encuesta de Uso de Tiempo periódica (recién en 2021 comenzará la serie), ni con información sobre el mercado laboral desagregada por género y no por sexo, ni conocer sobre la situación de las mujeres migrantes, indígenas o con discapacidad, impide la posibilidad de dimensionar y accionar sobre estas problemáticas.
En este 8M queremos visibilizar a las mujeres cis en el mercado laboral pero sobre todo queremos hacer hincapié en toda la información que hace falta generar. Debemos cuestionarnos de dónde provienen los datos, en qué información están basados y no simplemente detenernos en ver los resultados que los indicadores arrojan.
Adicionalmente, no solo necesitamos que las feminidades entren al mercado laboral en la misma medida que los varones cis, sino que las tareas sean distribuidas independiente del genero en la esfera privada, en el interior de los hogares. Es imprescindible entender la estrecha relación entre las condiciones del trabajo remunerado de la esfera mercantil con la resolución de las tareas no remuneradas dentro de la esfera privada.
REFERENCIAS
[1] Véase en https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/las_brechas_de_genero_en_la_argentina_0.pdf
[2] A propósito de la falta de continuidad e incorporación de una Encuesta de Uso de Tiempo al Sistema Estadístico Nacional, el 20 de diciembre de 2019 se sancionó la ley 27532 https://www.boletinoficial.gob.ar/detalleAviso/primera/224022/20191220 que prevée la creación de un módulo que se anexa a la Encuesta Permanente de Hogares de Argentina.
[3] Se espera los resultados del relevamiento realizado en el 4 trimestre de EPH realizado en el 2021 sean publicados conforme el calendario establecido por INDEC junto con la información de EPH.
[4] Prueba piloto de la Primera Encuesta sobre Población Trans 2012: Travestis, Transexuales, Transgéneros y Hombres Trans
BIBLIOGRAFÍA
- Informe de la Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género (DNEIyG), 2020 “Las brechas de género en la Argentina”.
- INDEC, 2012 “Primera Encuesta sobre Población Trans 2012: Travestis, Transexuales, Transgéneros y Hombres Trans”INDEC, 2020 “Hacia la Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo y Trabajo No Remunerado”.
- Rodríguez Enríquez, Corina (2017) “Economía del cuidado y desigualdad en América Latina: avances recientes desafíos pendientes”.